OPINIÓN
Por: Tamaika Talía
La situación dolorosa de Cartagena pasa por muchas cosas, es una mezcla de muchos factores y muchos actores. Ver a una ciudad consumida en la droga, en la prostitución y en la delincuencia no es fácil, pero parece que para los cartageneros es más sencillo vendarse los ojos, simplemente no pensar en eso o no tener la voluntad de aterrizarse.
Han coexistido todos estos actores y han alcahueteado lo que degrada a la ciudad, y solo invita a placeres que poco o nada tienen que ver con visitar monumentos, pero ante ese aterrador escenario no se escandalizan ni se rasgan las vestiduras, en cambio atacan a todo aquel que quiera correr el telón para develar la realidad de esta ciudad.
Cartagena es como una puta, con atributos exuberantes y voluptuosos que sorprenden, una melena larga y vaporosa que brilla con el sol, una belleza enmarcada por el dolor que sigue ofreciendo sus virtudes y servicios a quienes puedan pagar por ellos, pero su interior esta vacío, es totalmente hueco, no sabe cómo salir de ese mundo, porque aunque le ha funcionado, no es verdaderamente feliz.
Cartagena pretende un cambio profundo, una intervención real, no es solo rebeldía, debe ser voluntad, deber ser una construcción segura de valores, de respeto por la ciudad. Cartagena merecer ser tratada con respeto, con el mismo de muchas otras ciudades que tuvieron épocas oscuras, atacadas por el narcotráfico y la violencia, pero que pudieron salir a flote y rechazar todo abuso y utilización.
Cartagena vive un fascismo desde hace más de cinco décadas, la ausencia de la democracia se nota en la precariedad del aporte de sus pobladores, en la miseria en que vive la mayoría, en la poca información y conocimiento que tienen las gentes de sus derechos, de lo que poseen, de sus riquezas.
La herencia tan marcada que tienen de la esclavitud aún no se borra, ven al blanco como el que puede, no se creen capaces de definir un norte, y cuando lo han hecho solo han tenido resultados pírricos que han sumido a la ciudad en crisis peores, aún no están y pareciera que no quisieran estarlo, preparados para elegir de manera coherente a sus líderes.
¿Cuantos fracasos en tan poco tiempo y cuántos son necesarios para que se cambie el curso de la historia? ¿Cuánto falta aún para que los cartageneros recuperen su alma?
No se ve la luz al final del túnel, por lo menos yo no la veo, veo si, gente llena de esperanza, llena de grandes expectativas muy difíciles de cumplir, veo personas ilusionadas, pero también veo polarización, resentimiento y discriminación, no veo propuestas, no veo empoderamiento, no veo madurez ni aceptación, no veo a un pueblo unido encaminado hacia el mismo lado, no veo construcción de sociedad, ni lideres convencidos del aporte que hacen los pueblos a la estructura social en pro del desarrollo sostenible de estos.
No sé si sea real eso de que son “una caterva de vencejos” pero si sé que han permitido todos los abusos y todos los excesos posibles que hacia un pueblo puedan cometerse, no hay un reclamo de los derechos humanos, no hay un activismo real, no hay una veeduría transparente, pero si una brecha exagerada entre ricos y pobres que tensa más y más la cuerda que termina rompiéndose por lo más delgado, eligiendo el populismo, el facilismo y el fanatismo.
Se necesita más que demagogia y discursos solapados cubiertos por el manto de la anticorrupción, Cartagena necesita educación, necesitan poder hablar el mismo idioma todos, reconocer las fallas y evolucionar hacia un discurso de paz, reconciliación y crecimiento, empoderar al pueblo no es fácil y además un arma de doble filo para quienes se aprovechan de su ignorancia, pero es la única herramienta genuina y científicamente comprobada que acaba con la desigualdad, la exclusión y la acumulación de la riqueza.